Odas al agua

El agua y el monte, el monte y el agua.

Mi obra va desde los montes al agua y del agua a los montes en un movimiento de hamaca feliz. Así como hay un paisaje material en el mundo que nos rodea y en el que estamos inmersos, es entonces de la misma manera en que se haya otro paisaje adentro nuestro: los paisajes internos formados por nuestros recuerdos, emociones, pensamientos y vivencias. Estos paisajes acuáticos son un recorrido por mis paisajes internos de un viaje al centro de mi ser, en un microcosmos reproducido a escala del gran cosmos. Me repliego sobre mí misma y miro adentro mío. Los paisajes internos.

El mío es un estanque recóndito de aguas profundas que forma espacios secretos, interiores, como mi provincia, Corrientes, cuyo territorio está constituido mayormente por agua. En lagunas de aguas estancadas, forman espacios secretos, interiores, uterinos, yaciendo mujeres y bebés abstraídos en actitudes extáticas, atemporales, flotando en su propia ciénaga, en medio de la vegetación acuática.

Adoptando como referente la obra de artistas a las que he investigado exhaustivamente como la expresionista Kathe Kollwitz y la surrealista Remedios Varo. A quienes además deseo homenajear, así como a los pintores prerrafaelistas, que elaboraron situaciones sublimes y traumáticas y plasmaron su emotividad en los paisajes, realizando una síntesis entre el paisaje exterior, circundante, y el paisaje interior, del propio ánimo.

Creo que el agua, además de ser un referente de mi niñez entre esteros y humedales, también actúa como expresión del propio ánimo y la interioridad, plasmando mis propias vivencias, en todo su amplio espectro emocional. Por ejemplo, durante un puerperio aterrador, me parecía estar con mi bebé sumergida en una laguna espesa cuyas plantas acuáticas nos atrapaban a ambos dos, entrelazándonos de manera agobiante, irremediable. Años después recordando esa vivencia comprendí que no era casual la asociación con el pantano y la vegetación acuática.

Crecí en la cercanía de los Esteros de Iberá, un conjunto de lagunas y pantanos. Extraña geografía, cuesta diferenciar la tierra firme de la flotante, a causa de las islas flotantes o embalsados, enmarañadas formaciones de vegetación flotante a las que la acumulación de tierra y el entrelazamiento de las raíces da solidez suficiente para caminar sobre ellas. Estas islas de vegetación semisumergida confunden: las islas flotantes arrastradas por el viento y el agua, van desplazándose, cambiando ubicación y forma, en un paisaje siempre mutante, engañoso como un espejismo. Terreno ambiguo, firme-flotante, perfiles inciertos, ¿cómo la maternidad? ¿cómo los vínculos? Tal vez por esta razón he intuido siempre que esa tierra litoraleña muchas veces acusa rasgos de una estética gótica. Mi producción pictórica podría incluirse en la corriente estética conocida como “Gótico Mesopotámico”. Navegando en lancha por los esteros, creo encontrar entre el camalotal correntino ecos de la “Ofelia” de John Everett Millais. Otras veces, mis pinturas recrean y alaban este ecosistema natural, y lo idealizan, mostrando un entorno acuático que convive armoniosamente con la humanidad, las mujeres participan del ambiente como un ritual exclusivo, femenino, escondido en el paraíso perdido.

El agua está íntimamente relacionada con la interioridad y la vida psíquica, líquido amniótico, umbral del nacimiento y de la muerte, pasaje y ritual.

Mi obra no habla, susurra.